MARIAN
Marian estaba satisfecha con el rumbo
que había tomado su vida porque tenía todo cuanto podía desear: un modesto
apartamento de alquiler en el centro de la ciudad y una plaza en la universidad
más prestigiosa del país para estudiar la carrera que más le gustaba y por la
que había estado luchando desde que era niña. Y aquel nuevo mundo era tan
distinto del que había conocido en su niñez y adolescencia que supuso un gran
cambio para ella.
Marian no podía apartar la mirada de
los cientos de escaparates que había por doquier, ni dejar de escuchar la
alegre melodía que los músicos tocaban en la calle. Se desvivía por oír las
historias que todo el mundo parecía estar deseoso de contarle y admiraba el
grupo de gente del que se había rodeado…
Marian se empapó de su nueva y ansiada
vida hasta tal punto que llegó a olvidar la que anteriormente había tenido.
Un sábado por la mañana salió a dar un
paseo y llegó hasta un barrio cercano que aún no había tenido ocasión de
explorar. Sus solitarias calles de adoquines grises proporcionaron a Marian un
lugar apacible para pensar, alejado del bullicio de la muchedumbre y el ruido
de los automóviles que acribillaban sus tímpanos día tras día. Lejos de
sentirse sola, disfrutó de un momento tranquilo con la única compañía de un
viento que se colaba raudo entre los edificios.
Llevaba ya un rato caminando por
aquella zona cuando, al doblar una esquina, se cruzó con alguien. Era un chico
alto, desgarbado y moreno que, por alguna extraña razón, le resultaba vagamente
familiar. Él se detuvo al reparar en ella y se quedó mirándola, sorprendido.
Durante unos segundos que a Marian se
le antojaron eternos, permanecieron en la misma posición, quietos, mirándose el
uno al otro, sin atreverse a abrir la boca para murmurar un saludo de cortesía
que, una vez realizado, los separaría de nuevo, tal vez para siempre.
Entonces, un recuerdo lejano comenzó a
aflorar en la mente de Marian y lo reconoció. Se trataba de un antiguo
compañero del instituto con el que apenas había hablado un par de veces; ni
siquiera le había llegado a caer demasiado bien en todo aquel tiempo. Pero ahí
estaba, meses después, como un puente que conectaba a Marian con el pasado y
haciéndole revivir una vida que ya creía perdida.
Lenta, muy lentamente, ambos
articularon un frío saludo y, después, cada uno siguió su camino.
Aer
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