viernes, 27 de febrero de 2015

Momentos fugaces


MOMENTOS FUGACES

Mis padres se marchan. Solo quedamos ella y yo.
Yo he ido despedirlos hasta la puerta, aún con la vana esperanza de que me dejaran ir con ellos. Ella, en cambio, sigue sentada en una silla de su habitación.
Recorro toda la casa en busca de algo que hacer, pero está tan silenciosa que hasta los juguetes me resultan aburridos. Así que voy a su habitación y de un salto me siento en su cama. Y la miro. Y ella me mira y me sonríe.
Aparto la mirada y me fijo en lo que está haciendo. Está escribiendo algo; me lo enseña, pero soy incapaz de descifrar esos garabatos dibujados sobre el papel. Nunca entenderé por qué los humanos se complican tanto la vida.
Cansada por el paseo y con el estómago lleno, me tumbo en la cama de mi hermana y me duermo pensando que mañana volveré a correr libre por la playa.

***

El estudio del ojo me tiene totalmente desquiciada. Llevo dos horas sin levantar la vista y no he avanzado casi nada. Dejo el bolígrafo en la mesa y abandono los apuntes, resentida.
Recorro en silencio la casa, vacía a excepción de una pequeña sombra que corretea de aquí para allá, olfateando todo cuanto encuentra a su paso.
Cuando vuelvo a mi habitación, me dejo caer boca arriba en la cama, exhausta. La luz de la lámpara de pie titila suavemente en el techo. Apenas me doy cuenta, pero, en el tiempo que estoy tumbada, algo ha cambiado.
Las pisadas han dejado de sonar.
Levanto ligeramente la cabeza y miro hacia los pies de la cama. Y allí está ella, sentada en el suelo, muy tiesa, mirándome fijamente como si fuera un ser de otro planeta que ha osado interrumpir vilmente su inspección del suelo de la casa. El belfo superior derecho se le ha quedado metido hacia dentro y me recuerda a mi bisabuelo cuando olvidaba ponerse la dentadura postiza.
De la boca de mi estómago empieza a surgir una risa incontrolable que escapa de mi cuerpo como una carcajada alocada e infantil. Ella, en un mudo gesto interrogante, ladea la cabeza.

***

La arena se hunde bajo mis pies, se levanta con mis pasos y baila al son de la música que emiten las olas del mar al romper contra la orilla. Dejo que el aire salado penetre en mis pulmones y me recorra el cuerpo, refrescándolo. Es una sensación agradable…
Entonces, la veo correr delante de mí y todo lo demás pasa a un segundo plano. No puedo quedarme atrás, así que emprendo la persecución a toda velocidad…
Hasta que la alcanzo, y la adelanto. Pero yo sigo corriendo, sabiendo que ella viene conmigo, algo más rezagada. Los músculos se me tensan bajo la piel; los fuerzo al máximo para obtener la máxima potencia. Soy tan veloz como el viento, que me susurra al oído mientras me alejo de la realidad para seguir corriendo.
Y no me detengo, no miro hacia atrás. Por un momento me siento libre, un momento glorioso que, en este instante, dura para siempre.

***

Y entonces, sobreviene el pánico ante lo inminente. Sabes lo que va a suceder y la angustia te inunda por dentro. Aun así, no pierdes la esperanza de que todo sea una falsa alarma.
Nada más lejos de la realidad. Los oscuros presagios se confirman cuando ves que desaparece corriendo con ese desconocido y no vuelve. Estalla en la boca de tu estómago una llamarada de rabia y desconsuelo cuando eres consciente de tu propia impotencia. Pese a todo, buscas desesperadamente la manera de encontrarla.

Aer

martes, 24 de febrero de 2015

Diálogo


¿Quieres que te cuente algo?
Claro. Cuéntame tus problemas.
El camino se complica, con cada paso, con cada derrota…
¿Es grave?
Sí, es bastante grave.
¿Corres peligro de muerte?
Si la depresión lleva a la muerte, entonces sí, corro peligro.
Para que eso llegue a ocurrir, la depresión ha de ser muy fuerte. ¿Te ves con ánimos para continuar?
A veces creo que sí, pero otras veces no.
¿Quieres continuar?
Creo que sí. En ocasiones dudo, aunque cada vez estoy más convencida de hallarme en el sitio correcto. Pero, entonces, se produce el desastre…
No te preocupes. Lo más importante es que sigas pudiendo levantarte y, sobre todo, que tengas al voluntad de hacerlo.
¿Y de dónde saco esa voluntad?
De ti misma. Tienes que encontrarla dentro de ti.
¿Dentro de mí? Pero, ¿qué aspecto tiene? ¿Y si no la encuentro?
No tiene forma, no es tangible. Encontrarla o no depende solo de ti.
¿De mí?
De ti. Búscala y la encontrarás. En realidad, es bastante fácil. Solo tienes que creer en ti misma.
¿Creer en mí misma? ¿Cómo se hace eso?
Creer en uno mismo es darse otra oportunidad. Y así, cuando falles, sabrás que puedes acertar la próxima vez.
¿Habrá más fallos?
Los habrá. Pero no por ello has de abandonar. Para logar algo, has de ser capaz de resistir y no rendirte nunca. Has de seguir luchando por aquello que deseas.
Si lo hago así… si hago lo que me dices… ¿me curaré?
Te curarás. Pero no estarás exenta de otros peligros. Y estos habrás de afrontarlos con valor para seguir adelante y alcanzar tus propósitos. No importan los errores que cometas. No. Lo que verdaderamente importa es lo que hagas después.
¿Podría aprender de ellos, pues?
Exacto. Aprender y avanzar. Eso es lo que hay que hacer.


Aer

domingo, 22 de febrero de 2015

Hoy

Por esos momentos que han de repetirse al menos una vez al día…

HOY

Después de tanto tiempo recluida, las calles de Madrid se me antojan eternas y bulliciosas. Puede que realmente sean así, pero los recuerdos que yo guardo son completamente diferentes.
Son los recuerdos de hoy, el ahora, el presente.
Música con la que deleitarse, cuadros que contemplar, callejas que explorar… Comida exótica para universitarios hambrientos. Y el sol… brilla en el cielo como la estrella más grande. Quiere hacerse ver y a la vez imponer tanto que acabes bajando la mirada, intimidado. Los árboles desnudos alzan sus ramas aguardando la caricia del viento, un viento suave, recogido, susurrante, cargado de promesas de una primavera cercana.
A mi alrededor flotan las palabras, pequeñas, inseguras, pero que van tejiendo una historia cada vez más complicada. Las escucho, las memorizo, las reproduzco. Eran parte de ella y ahora son parte de mí también. En este momento, ambas compartimos un secreto que es nuestro, que nos une, que nos hace fuertes, y solo Madrid es testigo de cómo nuestro corazón se agranda al soñar, al creer y al ilusionarnos con los pequeños detalles de una vida incierta.
¿Y si nuestros sueños se hicieran realidad? Solo tal vez… El tiempo nos lo dirá.
Pero hoy mi deseo de soñar se ha cumplido una vez más.


Aer

sábado, 21 de febrero de 2015

Cilla

Esta historia tiene tres partes:

Dedicatoria:
 A mi mejor amiga

Agradecimientos:
Gracias a Anita, por ser amiga, por ser crítica, por leer esta historia trescientas veces y ayudarme a mejorarla, por animarme a seguir

Y la propia historia…

CILLA

No recuerdo mi vida antes de ser abandonada. Solo consigo evocar los días en que caminaba por el arcén de una carretera solitaria con mi madre, sin saber a dónde ir, sin saber qué comer ni qué beber.
Hacía calor; era verano y haría días que no llovía, porque el suelo estaba árido y seco. Ni una brizna de viento conseguía alejar la insoportable idea de que nos estábamos muriendo de hambre y sed.
Mi madre era joven, y en sus ojos se reflejaba el dolor de quien lo pasa verdaderamente mal en la vida. Cada día que pasábamos a la intemperie, ella se esforzaba lo inimaginable por encontrar humedad en la tierra, algún insecto que tragar, algo con lo que sobrevivir. Si alguna vez descubría algo que se pudiera comer, siempre me lo daba a mí primero, y era consciente de que no aguantaríamos mucho tiempo encerradas en aquella insulsa rutina. Yo, en cambio, era muy pequeña para darme cuenta de lo que sucedía.
De aquellos días nefastos, solo la recuerdo a ella.
Una mañana, apareció una furgoneta. De ella se apearon dos hombres muy cerca de donde nos habíamos escondido, detrás de unas malas hierbas. Se aproximaron lentamente, pero no teníamos fuerzas para iniciar una huida precipitada, así que nos dejamos atrapar, resignadas. Instantes después, nos encontrábamos instaladas en la parte de atrás del vehículo, el cual empezó a vibrar mientras se desplazaba, provocándonos un mareo irremediable que nos duró todo el trayecto hasta quién sabe dónde.
Cuando llegamos, los hombres nos condujeron amablemente y con cuidado, para no hacernos perder el equilibrio (ya que nuestras vísceras seguían dando vueltas dentro de nuestro cuerpo), hacia un jardín vallado, y allí nos dejaron solas hasta que, poco después, apareció una mujer que nos trajo comida y agua. Bendita bondad, pensé.
Al poco tiempo, descubrimos que no éramos las únicas a las que habían rescatado de la miseria. En aquel pequeño refugio había otros como nosotras, abandonados, maltratados, lacerados. Y pronto nos hicimos amigas suyas.
Había pequeños, adultos y viejos. A mí me gustaba jugar a pelearme con los de mi edad, siempre bajo la atenta mirada del más veterano del lugar, ciego, medio cojo, pero con buen olfato. En ocasiones oía decir que no duraría mucho más tiempo; sin embargo, mientras resistía a la vejez y a la enfermedad, nunca perdía la oportunidad de pegarnos un buen grito para que tranquilizáramos nuestros ánimos. A quien más cariño cogí allí fue a la mujer que nos cuidaba. Siempre nos traía la comida y nos cambiaba el agua. Era muy simpática y me hacía muchas carantoñas que me alegraban el día. Nos trataba muy bien a todos.
Así transcurrió el resto del verano.
Pero,  al final, ocurrió algo nuevo, distinto.
Tenía visita.
No entendí por qué lo hicieron, pero, en el momento en que aparecieron aquellas personas, me dejaron sola en mi parcela junto a una compañera raquítica, y al resto se los llevaron a otras contiguas.
Mi madre estaba al otro lado de la valla.
Era la primera vez que nos separaban, pero yo, en mi inocente juventud, no me percaté de ese pequeño detalle. Y, debido a mi alocado carácter, no pude evitar ponerme a juguetear con los visitantes, asaltándolos cuando estaban desprevenidos mientras mi compañera raquítica se alejaba de ellos, asustada.
Así pasé un rato entretenido, hasta que se marcharon y pude estar de nuevo con mi madre. Entonces, yo no lo sabía, porque, cuando se es pequeño, lo más importante y lo único que te ocupa la mente es el juego; no te preocupas por nimiedades como el miedo y la desesperación. Así que no era consciente de los sentimientos encontrados que había experimentado mi madre al otro lado de la valla mientras yo bailaba con fuego junto a aquellos extraños visitantes.
Nuestra vida volvió a la normalidad después de aquel suceso, aunque no por mucho tiempo.
Después de una semana, soy arrastrada hasta la parte trasera de otra furgoneta, y, esta vez, mi madre no va conmigo.
Grité, la llamé, aullé, lloré, rogué por que me dejaran volver a su lado. En vano. El coche arrancó y no regresó. Después de ese día, jamás volví a ver a mi madre. Ni una sola vez.
Al cabo de un rato que se me hizo eterno, la furgoneta se detuvo y me permitieron salir. Pero me encontraba en un sitio completamente diferente. Sin dejarme tiempo apenas para echar un leve vistazo a mi alrededor, me condujeron a una de las casas que ocupan la interminable calle asfaltada. Allí, me recibió una mujer que se parecía a la de mi antiguo hogar, también muy simpática.
Está conmigo un rato y luego me deja encerrada en el garaje. No hay luz y me siento sola. El miedo consigue que mis esfínteres se relajen.
Más tarde, alguien abrió la puerta y me encontré cara a cara con las mismas personas que me habían visitado hacía una semana en mi parcela. Me puse muy nerviosa; de pronto, las cosas sucedían con demasiada rapidez y no me daba tiempo a asimilarlas.
Y otra vez lucían esa sonrisa amable y cariñosa. Pero yo lo único que quería era volver con mi madre.
Me pusieron un collar al cuello y ataron una cuerda a él; luego, me llevaron a rastras fuera de aquella casa.
De nuevo estoy en la parte de atrás de un coche y de nuevo este se empieza a mover.
¿Cuántas veces más me iban a trasladar?
¿A dónde iría ahora?


A pesar de mis miedos y mi incertidumbre iniciales, esta gente no estaba tan mal. Eran buenos conmigo; me daban de comer, me regalaban juguetes, me llevaban de paseo y me dejaban jugar con quienquiera que me encontrase por la calle o en el parque. Se preocupaban por mí. Aunque se enfadaban cuando orinaba donde no debía o cuando me alejaba corriendo demasiado. Y hubo un tiempo en que me llevaban mucho a un sitio donde había un señor que no dejaba de toquetearme y mirarme todo el cuerpo; creo que era por mi bien, pero me molestaba.
Lo que no me ha gustado nada es algo que hicieron unos años atrás conmigo, con mi cuerpo. Eso de abrirme la tripa y empezar a quitarme órganos para que no me reprodujera.
Creo que, en el fondo, ellos no querían someterme a semejante operación. Pero, al parecer, no tenían opción. Al parecer, venía en el contrato de adopción de cachorros.
Después de eso, el problema derivó en un seroma del tamaño de un puño que esperaban que se reabsorbiera por sí solo al cabo de un mes, y, mientras tanto, tuve el juego restringido porque no podía hacer ejercicio en exceso por si la cosa se ponía fea.


Anoche soñé con mi madre; la de verdad, no la adoptiva. Poco a poco me he ido olvidando de ella, y a veces, su recuerdo me asalta en sueños. Una vez oí que también la habían adoptado otras personas. ¿Qué estará haciendo ahora? ¿Se acordará de mí? ¿Me echará de menos como yo a ella? No puedo evitar un estremecimiento.
Mi cuerpo se agarrota al pensar que hemos sido creados exclusiva e injustamente para proporcionar compañía y servicio al ser humano. Y, a pesar de ello, a pesar de estar siempre a su disposición, todavía hay perros abandonados, maltratados y lacerados que se hallan solos en algún lugar de este mundo.



Aer

miércoles, 18 de febrero de 2015

Marian

MARIAN

Marian estaba satisfecha con el rumbo que había tomado su vida porque tenía todo cuanto podía desear: un modesto apartamento de alquiler en el centro de la ciudad y una plaza en la universidad más prestigiosa del país para estudiar la carrera que más le gustaba y por la que había estado luchando desde que era niña. Y aquel nuevo mundo era tan distinto del que había conocido en su niñez y adolescencia que supuso un gran cambio para ella.
Marian no podía apartar la mirada de los cientos de escaparates que había por doquier, ni dejar de escuchar la alegre melodía que los músicos tocaban en la calle. Se desvivía por oír las historias que todo el mundo parecía estar deseoso de contarle y admiraba el grupo de gente del que se había rodeado…
Marian se empapó de su nueva y ansiada vida hasta tal punto que llegó a olvidar la que anteriormente había tenido.
Un sábado por la mañana salió a dar un paseo y llegó hasta un barrio cercano que aún no había tenido ocasión de explorar. Sus solitarias calles de adoquines grises proporcionaron a Marian un lugar apacible para pensar, alejado del bullicio de la muchedumbre y el ruido de los automóviles que acribillaban sus tímpanos día tras día. Lejos de sentirse sola, disfrutó de un momento tranquilo con la única compañía de un viento que se colaba raudo entre los edificios.
Llevaba ya un rato caminando por aquella zona cuando, al doblar una esquina, se cruzó con alguien. Era un chico alto, desgarbado y moreno que, por alguna extraña razón, le resultaba vagamente familiar. Él se detuvo al reparar en ella y se quedó mirándola, sorprendido.
Durante unos segundos que a Marian se le antojaron eternos, permanecieron en la misma posición, quietos, mirándose el uno al otro, sin atreverse a abrir la boca para murmurar un saludo de cortesía que, una vez realizado, los separaría de nuevo, tal vez para siempre.
Entonces, un recuerdo lejano comenzó a aflorar en la mente de Marian y lo reconoció. Se trataba de un antiguo compañero del instituto con el que apenas había hablado un par de veces; ni siquiera le había llegado a caer demasiado bien en todo aquel tiempo. Pero ahí estaba, meses después, como un puente que conectaba a Marian con el pasado y haciéndole revivir una vida que ya creía perdida.
Lenta, muy lentamente, ambos articularon un frío saludo y, después, cada uno siguió su camino.


Aer

martes, 17 de febrero de 2015

Días que pesan

DÍAS QUE PESAN

Hay días que pesan como una losa candente. Nunca sabes cuándo vienen, solo que de pronto caen, y te aplastan, y te destrozan. Te queman la piel, destruyen cada célula de tu cuerpo. Te mueres por un día, cuando pensabas que ese día iba a ser especial.
No hay nada que hacer. Prefieres hundirte entre las sábanas de la cama y no sacar la cabeza hasta que todo pase. Te sumerges en tu propia miseria y no le concedes la mínima oportunidad al día para mejorar. No obstante, la obligación te obliga a resignarte y salir a la calle, y afrontar el día como uno más, uno que pasa, uno que vive, que late. Uno que sucede.
Cuando pones un pie fuera de tu desdicha, el corazón te dice algo que te hace recapacitar mientras avanzas, paso a paso, por el camino de la vida: “Los días han de aprovecharse, han de vivirse, uno a uno; hay que sumergir los tobillos en los charcos los días de lluvia, y, si tus zapatos se mojan, después saldrá el sol y te los secará. Los días que pesan como una losa candente deben surcarse, como los charcos, para que luego salga el sol y puedas lucirle tu mejor sonrisa.”

Aer



miércoles, 11 de febrero de 2015

Definiciones

Una definición. Traición: falta que se comete quebrantando la lealtad que se debe guardar.
¿Y él? ¿Debía realmente guardar esa lealtad?
¿Quién lo obligaba?
La respuesta es que en verdad no había firmado ningún papel. Y, por eso, me traicionó.
Bueno, no me traicionó.
Ahora, mientras le doy vueltas al asunto, comprendo que esto no debería haber pasado, que debería haberlo visto venir. Siempre lo veo venir.
¿Aprender? Sí, está claro que he aprendido la lección, pero… ¿a costa de qué? Las pérdidas que he sufrido son ya irreparables, a no ser que las repare el que las ha causado. Y, sinceramente, dudo mucho que eso ocurra. Lo conozco demasiado bien, y sé que lo hecho, hecho está. Lo perdido se ha ido para siempre, empujado por la corriente del río de sucesos.
¿Qué se hace cuando a uno lo despiertan bruscamente de un sueño en el que le habría gustado vivir para siempre?
Todavía estoy buscando la respuesta a esa pregunta. No sé cuál va a ser mi próximo movimiento. El futuro está en el aire; se huele, se palpa… pero no se ve ni se conoce. Todo está aún por llegar.
Otra definición. Impaciencia: intranquilidad producida por algo que molesta o no acaba de llegar.
No estoy impaciente. Lo que tenga que ser, será.
¿Me importa el resultado? No. O sí. Tal vez un poco, por las pérdidas. Pero no me preocupa demasiado, porque sé que estas pérdidas no son tan grandes como otras que podría haber tenido. El mal podría haber sido mucho, mucho peor. Ya no.
La última, por favor. Rencor: resentimiento arraigado y tenaz.
No, creo que tampoco guardo rencor. Sin embargo, esto no lo voy a olvidar tan fácilmente. Lo recordaré, me lo tatuaré en la frente con tinta invisible, y así nadie lo verá, pero yo sabré que está ahí.
Siempre estará ahí, acechando, vigilando. Velando por mí y por mi seguridad.
No volveré a fallar.

Fallo: falta, deficiencia, error; acción o efecto de salir fallido de algo.


Aer