DÍAS QUE PESAN
Hay días que pesan como una losa
candente. Nunca sabes cuándo vienen, solo que de pronto caen, y te aplastan, y
te destrozan. Te queman la piel, destruyen cada célula de tu cuerpo. Te mueres
por un día, cuando pensabas que ese día iba a ser especial.
No hay nada que hacer. Prefieres hundirte
entre las sábanas de la cama y no sacar la cabeza hasta que todo pase. Te sumerges
en tu propia miseria y no le concedes la mínima oportunidad al día para
mejorar. No obstante, la obligación te obliga a resignarte y salir a la calle,
y afrontar el día como uno más, uno que pasa, uno que vive, que late. Uno que
sucede.
Cuando pones un pie fuera de tu
desdicha, el corazón te dice algo que te hace recapacitar mientras avanzas,
paso a paso, por el camino de la vida: “Los días han de aprovecharse, han de
vivirse, uno a uno; hay que sumergir los tobillos en los charcos los días de
lluvia, y, si tus zapatos se mojan, después saldrá el sol y te los secará. Los días
que pesan como una losa candente deben surcarse, como los charcos, para que
luego salga el sol y puedas lucirle tu mejor sonrisa.”
Aer
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