DERROTA
Cuando fue consciente de lo pequeña e
insignificante que era, comprendió que de nada valía intentar ganar una lucha
ya perdida de antemano. La boca del estómago se le contrajo bruscamente en un
lamento reprimido y, cuando fue lo suficientemente grande y doloroso, lo liberó
de su cuerpo maltrecho y se echó a llorar desconsoladamente.
No podía recordar todas las veces que
había sido derrotada, y eso la desconcertaba profundamente. Nunca fue de esa
clase de personas que se rinden ante la primera dificultad; por mucha fuerza de
voluntad que le costase, siempre se levantaba con la cabeza alta para hacer
frente a su rival una vez más. Sin embargo, en aquella ocasión era diferente.
No podía vencer.
De nada valían tantos esfuerzos, tantos
gritos de furia y arrojo, tantas heridas en las manos por cada vez que caía. De
nada servía hundirse en el fango y volver a ponerse en pie cubierta de lodo y
ganas de seguir resistiendo.
Ya ni siquiera albergaba esperanzas.
Porque aquella fuerza que la acosaba
era imparable, y no descansaría hasta verla retorciéndose de angustia,
suplicando piedad, arrastrándose en la miseria y bajando la mirada, temerosa.
Y allí estaba ella, arrodillada en el
suelo, mirando hacia arriba a su oponente con los ojos anegados en lágrimas de humillación
y derrota. Sin ánimos ya para ponerse en pie, aguardaba, abatida y
apática, las órdenes de su nuevo dueño.
Aer
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