EL OTRO LADO DE LA CALLE
Mi corazón latía desbocado dentro de mi
pecho, y parecía a punto de estallar. Tal vez intuyendo la causa, mis pies
aceleraron el paso, recorriendo las calles que hacía tres años que no pisaban.
Esquivo como puedo a la multitud para
no arrollarla en un intento desesperado de llegar a mi destino. Apenas puedo
contener mi entusiasmo y se me escapa una sonrisa infantil.
Por fin llego a mi calle favorita, al
otro lado de la cual se encuentra el bar donde trabaja ese chico que me vuelve
loca, ese chico que ha habitado en mis pensamientos durante tanto tiempo que ya
ni lo recuerdo. Han pasado tres años desde que lo vi por última vez y mi
emoción aumenta por momentos.
Él solía atender a los clientes que
estaban en la terraza; así pues, aguardo impaciente a que haga su aparición
rutinaria, con la libreta en una mano y una bandeja en la otra. Al cabo de unos
segundos, sale por la puerta.
Sé exactamente lo que tengo que hacer.
Hace años que sueño con este momento y la ocasión que tanto esperaba se
presenta ahora ante mí. Solamente tengo que caminar resuelta hacia él. Respira
hondo y cálmate –me digo–; todo irá bien.
Apenas doy un paso para cruzar la calle
cuando me quedo helada en el sitio.
Ha sido esa clienta tan elegante que ha
llamado su atención. De pronto, se ha levantado y lo ha rodeado en un efusivo
abrazo, como si lo conociera de toda la vida. Él le da un beso en la mejilla,
le dice algo al oído y luego vuelve a entrar en el local. Ella aguarda sentada.
Y yo sigo de pie, inmóvil, observando la
escena desde la acera de enfrente, como siempre he hecho. Mi corazón se hace
pedazos al tiempo que mis sueños finalmente se desploman sobre un lecho de
escombros grises y lágrimas de desconsuelo.
Ahora, ya nada podrá cambiar: cada uno
continuará en su lado de la calle, y él seguirá sin saber que existo.
Aer
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