CICLÓN
El viento sacudía las ventanas con fuerza. Era
una noche de estío lóbrega y fría, la luz de la luna llena se ocultaba tras
unos nimbos oscuros, atenazantes que prometían un buen escarmiento a la sequía.
En el cielo, la tormenta había comenzado, y únicamente sus rayos desgarraban
las cosidas nubes que sumían el pueblo en un pesar temeroso e inquietante. La
madrugada se alzaba en toda su tiranía.
En aquella casa, las ventanas temblaban,
aporreadas sin piedad por un vendaval furioso; las paredes se tambaleaban,
inseguras, como si en cualquier momento fueran a venirse abajo. El silencio
gemía ante la fiereza ciega de un ciclón que no hallaba fría su venganza y
buscaba con desespero introducirse en el alma de los durmientes para
desgarrarla desde su inconsciencia. Bajo las sábanas, una niña tenía sus ojos
insomnes, mirando sin ver, aterrados, la oscuridad que encerraba su manto de
lino. Sus oídos escuchaban lo que el viento le decía, más allá del cristal, y,
en contra de su voluntad, sucumbía al influjo de sus palabras descompuestas,
dejando que su incesante rugido penetrase en su corazón.
A los pocos minutos, la casa estalló en millares
de astillas, y sus cimientos se desplomaron, enterrando consigo los sueños
desmoronados de una niña despierta.
Aer