MOMENTOS
FUGACES
Mis padres se marchan. Solo quedamos
ella y yo.
Yo he ido despedirlos hasta la puerta,
aún con la vana esperanza de que me dejaran ir con ellos. Ella, en cambio,
sigue sentada en una silla de su habitación.
Recorro toda la casa en busca de algo
que hacer, pero está tan silenciosa que hasta los juguetes me resultan
aburridos. Así que voy a su habitación y de un salto me siento en su cama. Y la
miro. Y ella me mira y me sonríe.
Aparto la mirada y me fijo en lo que
está haciendo. Está escribiendo algo; me lo enseña, pero soy incapaz de
descifrar esos garabatos dibujados sobre el papel. Nunca entenderé por qué los
humanos se complican tanto la vida.
Cansada por el paseo y con el estómago
lleno, me tumbo en la cama de mi hermana y me duermo pensando que mañana
volveré a correr libre por la playa.
***
El estudio del ojo me tiene totalmente
desquiciada. Llevo dos horas sin levantar la vista y no he avanzado casi nada.
Dejo el bolígrafo en la mesa y abandono los apuntes, resentida.
Recorro en silencio la casa, vacía a
excepción de una pequeña sombra que corretea de aquí para allá, olfateando todo
cuanto encuentra a su paso.
Cuando vuelvo a mi habitación, me dejo
caer boca arriba en la cama, exhausta. La luz de la lámpara de pie titila
suavemente en el techo. Apenas me doy cuenta, pero, en el tiempo que estoy
tumbada, algo ha cambiado.
Las pisadas han dejado de sonar.
Levanto ligeramente la cabeza y miro hacia
los pies de la cama. Y allí está ella, sentada en el suelo, muy tiesa,
mirándome fijamente como si fuera un ser de otro planeta que ha osado
interrumpir vilmente su inspección del suelo de la casa. El belfo superior
derecho se le ha quedado metido hacia dentro y me recuerda a mi bisabuelo
cuando olvidaba ponerse la dentadura postiza.
De la boca de mi estómago empieza a
surgir una risa incontrolable que escapa de mi cuerpo como una carcajada
alocada e infantil. Ella, en un mudo gesto interrogante, ladea la cabeza.
***
La arena se hunde bajo mis pies, se
levanta con mis pasos y baila al son de la música que emiten las olas del mar
al romper contra la orilla. Dejo que el aire salado penetre en mis pulmones y
me recorra el cuerpo, refrescándolo. Es una sensación agradable…
Entonces, la veo correr delante de mí y
todo lo demás pasa a un segundo plano. No puedo quedarme atrás, así que
emprendo la persecución a toda velocidad…
Hasta que la alcanzo, y la adelanto.
Pero yo sigo corriendo, sabiendo que ella viene conmigo, algo más rezagada. Los
músculos se me tensan bajo la piel; los fuerzo al máximo para obtener la máxima
potencia. Soy tan veloz como el viento, que me susurra al oído mientras me
alejo de la realidad para seguir corriendo.
Y no me detengo, no miro hacia atrás.
Por un momento me siento libre, un momento glorioso que, en este instante, dura
para siempre.
***
Y entonces, sobreviene el pánico ante
lo inminente. Sabes lo que va a suceder y la angustia te inunda por dentro. Aun
así, no pierdes la esperanza de que todo sea una falsa alarma.
Nada más lejos de la realidad. Los
oscuros presagios se confirman cuando ves que desaparece corriendo con ese
desconocido y no vuelve. Estalla en la boca de tu estómago una llamarada de
rabia y desconsuelo cuando eres consciente de tu propia impotencia. Pese a
todo, buscas desesperadamente la manera de encontrarla.
Aer
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